viernes, 11 de septiembre de 2009

primero

Siempre espero
que llegues,
que al menos decidas mover uno de tus largos dedos
que un día recorrieron mi cuerpo.

Esos dedos que taciturnamente los extraño,
los espero,
en la llamada que no llega,
que no me roza
y no dejo que me roce.

Y la espero
porque creo,
porque estúpidamente siento
porque nuevamente soy la encantada;
que solo sonríe y espera
que salgas del fondo de mis párpados,
porque dueles,
me rompes.

Y espero
ingenua,
y cobardemente espero
que seas tu, que por esta vez regreses
a ser aquel que una noche olvidó las máscaras.
Aquel que una noche (tan sólo una), decidió que me miraría a los ojos,
como yo lo había hecho desde hace tantos “siglos semanales”.

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